El horror llenó nuestras pantallas y nuestros corazones lloran por
este mundo que nos ha tocado vivir. Al momento de escribir esta nota, en la
tranquilidad de mi oficina en Buenos Aires, uno o varios hombres iguales que
yo, que aman a sus padres como yo, deben estar buscando refugio para sus hijos,
que probablemente sean como los míos. Por un momento cierro los ojos
y me imagino explotar mi patio, volar los vidrios de mi casa, morir a... no
por Dios. Eso mejor ni imaginarlo.
Intento volver al frío trabajo de la redacción. Con racionalidad
periodística, tengo que ordenar la información que inunda nuestra
empresa. Desde hace 24 horas no sabemos nada de Asambloc, nuestro hombre en
Bagdad. ¿Estará vivo? Como quisiera que con solo cerrar los
ojos, donde quiera que esté, pueda imaginar las calles del barrio,
el mismo donde hemos jugado al fútbol de pequeños. Los iraquíes
también juegan en las calles de su barrio. ¿Podrán recordarlo?
¿Cómo sería ver caer una bomba que de un solo estallido
borre de la faz de la tierra a mi querido Parque Chacabuco? ¿Podría
soportar ver mi colegio convertido en un inmenso pozo? ¿Y la casa paterna?
Cuando salí de mi casa, acaricié a mi perro, saludé a
mi señora e hijos. En la puerta me espera mi auto y muy probablemente
pueda volver esta noche y volver a besarlos y compartir con ellos un rato
de televisión. ¿Podrán los bagdalíes volver a
su casa? Mejor ni pensarlo.
Dentro de un mes organizaremos una fiesta familiar. Probablemente esos iraquíes
...¿cumplen años? Quizás solo estén, en este preciso
instante, corriendo para protegerse de algo, o abrazando a sus hijos para
calmarles el horror de ver como se ilumina su casa con explosiones mortales.
¿Y dentro de diez minutos? ...¿Muertos? ¿Cómo,
los iraquíes también mueren? ¿No querían ser liberados
por los norteamericanos?
Marzo 2003-03-21 ©