Por Daniel do Campo Spada
El
jueves 27 de agosto será de ahora en más no solo el día
de la radio sino el de la democracia comunicacional. Contra todos los pronósticos,
la Presidenta Cristina Fernández envió al Congreso de la Nación
el Proyecto de Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LSCA).
La derrota electoral del pasado 28 de junio abrió un nuevo estilo de
conducción llevando a fondo temas que eran un fantasma: El monopolio
del fútbol y la Ley de medios de la democracia.
La democracia hoy se juega en los medios y nadie duda de ello, y tal como
dijera el periodista Julio Ramos al referirse a los medios atrasados,
hay una gran distancia entre la realidad política y la que construyen
las grandes corporaciones mediáticas. En la actualidad, de seis canales
de noticias que tienen la mayoría de las cadenas de televisión
por cable (donde el Grupo Clarín, con Multicanal y Cablevisión
controla el 65 % de los televisores), todos responden a la derecha. Así
ha sido siempre, a punto tal que se naturalizó el discurso único
o hegemónico.
Clarín y La Nación desde más de diez años juegan
en contra de la red de vendedores de diarios, que permite a la publicación
más pequeña llegar a cualquier punto del país. Ellos
querían un sistema libre de distribución, ya que
tienen capacidad económica y de infraestructura para sostener sus ventas,
pero a sabiendas que la competencia desaparecerían al poco tiempo de
la mano del quiebre de las paradas de diario. El Presidente neoliberal Carlos
Menem les dio una ley de desregulación que la presión de los
sindicatos, entre los que está SIVENDIA (Sindicato de Vendedores de
Diarios) impidieron que se concrete en los hechos. Buscaban que no se reciban
las devoluciones, punto central de la rentabilidad de una mercadería
que se agota en el día. El oligopolio de Papel Prensa, uno de los escándalos
de corrupción en la que Clarín, La Nación y el viejo
La Razón se asociaron con la dictadura de Jorge Videla. Los militares
les daban el control del papel y ellos eran benevolentes con sus apreciaciones.
Pero nadie duda que la torta publicitaria (60 %) pasa por los medios audiovisuales
y fundamentalmente la televisión. La pantalla penetra con gran fuerza
en todos los sectores, pero fundamentalmente en aquellos en los que es su
única ventana al mundo. Solo ello puede explicar el triunfo de un ignoto
Francisco De Narváez, que para mucho votante fue ese hombre común
que salía a cada rato en televisión. Era como votar a Susana
Giménez o a Marcelo Tinelli. Nadie duda que los medios de comunicación
son el complemento necesario para una cultura popular y si ella viene desde
el mensaje de la burguesía, los sectores populares quedan descompensados.
Lamentablemente la década del 90 no fue gratis para el sistema educativo
y el vaciamiento de contenidos deja desguarnecidos a aquellos que no tienen
otras herramientas de formación.
Cuando la Coalición de los 21 puntos comenzó a trabajar en una
ley de medios para la democracia soplaban otros aíres. El gobierno
de Néstor Kirchner aún contaba con el beneplácito de
los grandes grupos, a punto tal que previo a la elección de Cristina
Fernández les dio graciosamente nuevos períodos en las licencias
de concesión. Lo pagó caro un año después cuando
la oligarquía mostró definitivamente los dientes en la crisis
con los terratenientes destituyentes. La cobertura desigual y manipulada groseramente
derivó en que sectores que sufren por los precios ante una góndola
terminaron apoyando a personajes violentos y egoístas que decían
que si alguien quiere lomo lo va a tener que pagar $ 80, como
fue el caso del agitador agropecuario Alfredo De Angeli.
Los norteamericanos en la década del 50 esgrimían que los grandes
medios de comunicación debían ser funcionales al
modelo político occidental, que concibe como irremediable las diferencias
de clase. Los grupos periodísticos debían articular a la opinión
pública en función de los intereses de la clase dominante. Un
marginal del Bronx debía odiar a los rusos soviéticos y no darse
cuenta de que su vida miserable era la consecuencia de la opulencia de unos
pocos.
A partir de ahora, el Proyecto está en las comisiones de Medios, Presupuesto
y Libertad de Prensa de la Cámara Baja. Es una batalla tardía,
pero necesaria. La oposición, un increíble Fernando
Solanas y una cúpula eclesial que no deja de sorprender negativamente
piden que el tema se trate después del 10 de diciembre del corriente
año, ya que el cambio de las bancadas (que no favorecen al progresismo)
tendrían el número suficiente para bloquear un proyecto atento
abrir las voces. Al cambiar de la analogía a la digitalización,
como mínimo se pueden cuadruplicar las señales, por lo que el
fantasma del quite de licencias es falso. Las radios que ya están,
seguirán. Lo que permitirá la Ley es tener mayor cantidad de
señales, en proporciones iguales de comerciales, oficiales y sin fines
de lucro. ¿No hablan de libertad y de competencia? ¿Cuál
es el temor que tienen los grandes medios de que dejemos de ser cautivos de
su mensaje? ¿Se imagina la posibilidad de escuchar buena radio, que
se atreva a salir de ese típico adivine quien es, llámenos
y díganos que está haciendo, que desmerece la profesión
y se burla del nivel intelectual de la audiencia? ¿No le gustaría
salir de la tinelización de la televisión en la
que todo pasa por la burla barata y liviana? Si es lo que le gusta, va a seguir
estando, pero los demás, que no somos pocos, podremos respirar una
comunicación mejor.
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AGOSTO 2009-08-28
TECUM - NOVO MundusNET Televisión
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