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Entrevista
al Secretario de Cultura de la Nación JORGE COSCIA
"La cultura nacional, fortalece
y revaloriza nuestra identidad".
Por José Alfredo Borotti para www.tvmundus.com.ar
Las industrias culturales son consideradas de alto valor estratégico y simbólico, generadoras de identidad cultural. ¿Cuál es su visión respecto del impacto que produjo el proceso de globalización en el campo de la cultura nacional?
En primer lugar diría que la cultura tiene dos grandes 'autopistas'
para desarrollarse: los medios de comunicación y la educación.
La primera la vamos a recuperar con la ley de medios y la segunda la venimos
recuperando desde hace 8 años con el aumento del presupuesto que
llegó al 6,5% del PBI.
El estado tiene que preservar y fomentar lo propio, sin caer en nacionalismos
chauvinistas, pero sabiendo que nuestros artistas además de artistas
tienen que ser militantes para garantizar las condiciones democráticas
de producción y difusión de su arte.
Por otro lado, es cierto que formamos parte de un mundo en el que existen
hegemonías, y las hegemonías más perdurables y difíciles
de compensar son, justamente, las culturales.
Es posible modificar estructuras económicas o incluso sociales, pero
¿cómo pueden cambiarse las estructuras culturales?
Es muy complejo alterar el hábito de consumir determinados productos
culturales entre los jóvenes, en un contexto caracterizado por el
ejercicio monopólico no sólo de la producción de cultura,
sino también de su transmisión y comunicación.
Los gustos en los consumos culturales se forman en los medios de comunicación;
es allí donde anida una profunda contradicción que atraviesa
gran parte del planeta.
Aun países con fuertes identidades culturales ven su producción
cultural agobiada por hábitos de consumo globales, que se expresan
también en nuestros países.
Estos hábitos universales, más banales y superficiales, implican
el consumo de producciones globales, que no rechazamos, pero a las que no
pertenecemos, es decir, son productos de una cultura de la que no somos
protagonistas, sino sólo espectadores.
Esto no significa que debamos negarnos como espectadores de ninguna producción
cultural universal, pero, al igual que todos los países que tienen
voluntad de existencia, nos proponemos como productores de nuestra propia
cultura.
A partir de la globalización yo creo el fenómeno que se produce
es más complejo que la simple apropiación.
Porque la apropiación requiere de un tiempo ¿Cuánto
pasó desde que el bandoneón, que había llegado de Baviera,
se transformara en el instrumento arquetípico del tango?
El primer tango se tocaba con guitarras. La apropiación del instrumento
extraño en propio no se hizo en un año, eso requirió
algunas décadas.
Hoy, las comunicaciones tienen una velocidad tan formidable que no hay tiempo
de digerir lo ajeno, es difícil la apropiación.
Entonces, muchas veces hablamos de identidad como conservación.
Y es un aspecto importante, pero no es el único.
La apropiación tiene que ver con conservar, con mantener. Pero esto
tiene una contradicción permanente. El mantener, el conservar entran
en contradicción con la velocidad de lo que se consume, y con la
capacidad de tergiversar para recrear algo nuevo y distinto.
Es una dialéctica compleja, pero, sin duda, la capacidad de apropiar
de las sociedades es cada vez más débil por la velocidad que
tiene la comunicación y por la dificultad que tiene una comunidad
de recrear lo propio. Sin duda, la globalización también existe
en términos, esencialmente, culturales.
Hay una uniformidad creciente de los valores, de las formas de vivir en
el mundo, lo cual genera una suerte de disolución de las particularidades
específicas cada vez más grande en una suerte de identidad
homogénea y aparentemente común.
Por eso, creo que la felicidad de los pueblos, tiene que ver en términos
culturales, más que con mantener (es importante mantener), pero tiene
que ver con recrear, con reinventar.
Para evitar transformarnos, como pueblo, en uno que sea, más que
nada, consumidor de lo que producen otros.
Es ahí donde reaparece un tema que está en discusión
en el mundo, y en nuestro país, que es central: el rol del Estado
en materia del fomento de las actividades y de la producción cultural
de un país. Esto se discute hasta en las Naciones Unidas, lo discute
la Unesco.
¿Cuáles son las estrategias que durante su gestión
se generaron para fortalecer y profundizar la defensa de la identidad nacional?
Me gustaría reflexionar un poco sobre qué es la identidad
¿Es algo que mantenemos, como un rasgo propio a conservar, o es la
capacidad de crear, de innovar?
Creo, sinceramente, que es un poco las dos cosas. Porque los pueblos que
generan cultura, no la sacan de una galera, no la inventan.
En general, la cultura y la identidad cultural se construyen permanentemente
por apropiación. Qué sería, me pregunto, de la cultura
y de los creativos sin el plagio.
Hay un lugar estructural que ocupa el plagio en la creación artística,
y lo digo haciéndome cargo de la paradoja. Porque nadie inventa un
artefacto cultural, mucho menos una cultura, en abstracto.
La cultura y la identidad cultural son el resultado de choques, impactos
permanentes, de apropiaciones permanentes, de tergiversaciones y relecturas.
Es fantástico el modo en que funciona la capacidad apropiadora que
tienen algunas comunidades.
Un ejemplo histórico es la bombacha criolla, que como muchos saben,
es resultado de un excedente de babuchas turcas que iban para la Guerra
de Crimea, y que los ingleses no tenía dónde venderlas, porque
se había acabado por entonces la guerra.
Entonces, las trajeron para acá. Y de eso se generó una apropiación.
El gaucho de ahí en más la hizo suya, una marca distintiva
de su identidad campera.
La capacidad de apropiación, de tomar algo y transformarlo en otra
cosa distinta, y no copiarlo, es lo que hace ricas a las culturas.
Nosotros tenemos ejemplos fantásticos como la chacarera que es mestiza,
que tiene una base negra, india y española; o el tango, hijo emancipado
del malambo y la zamba.
Y de pronto, en la era digital que estamos atravesando, hay una situación
de riesgo, porque la abrumadora presencia de lo cultural está difundida
por las nuevas tecnologías de la comunicación.
Ahora, en cuanto a lo que hemos realizado para fortalecer nuestra identidad
podríamos enumerar muchísimas iniciativas.
Nombro sólo algunas: la novedosa e inolvidable conmemoración
del Bicentenario; la inauguración de la Casa del Bicentenario con
muestras sobre la historia de la mujer en la Argentina y sobre los modelos
económicos; la organización del Mercado de Industrias Culturales
Argentinas para promover la producción de bienes culturales de origen
nacional; el relanzamiento de los Premios Nacionales para nuestros artistas;
y la continuidad y profundización de programas como 'Libros y casas'
que otorga una biblioteca con clásicos nacionales por cada vivienda
que construye el Estado Nacional, o la Política de Subsidios Socioculturales
que apoya a las pequeñas organizaciones sociales que llevan a cabo
un trabajo cultural en el territorio.
¿De qué manera se integró el proyecto del Bicentenario
en esa nueva tarea de revalorizar culturalmente los cambios de paradigma
político generados por el gobierno nacional a partir del año
2003?
Por directivas de la presidenta Cristina Fernández, los actos por
el Bicentenario tuvieron el carácter de una conmemoración
y no de una fiesta, porque conmemorar significa hacer una contribución
a la memoria colectiva.
El 25 de mayo de 2010 se conmemoró el Bicentenario de la Revolución
de Mayo, el inicio de un movimiento emancipador que se extendería
sobre todo el continente americano.
Con el objeto de legar a generaciones futuras un mensaje que recupere el
espíritu de esta noble causa, la Presidenta sentó como ideas
rectoras del festejo la reflexión acerca del pasado histórico
y de la cultura de nuestra patria.
El festejo tuvo como objetivo resaltar la memoria colectiva de la historia
argentina, con un concepto de pluralidad y federalismo y con una mirada
latinoamericana.
La idea fue convocar al pueblo a la reflexión crítica, para
ver de dónde venimos, qué deudas tenemos como sociedad, qué
nos falta y qué desafíos tenemos por delante para avanzar
en un país verdaderamente inclusivo con oportunidades para todos.
Es decir, mirar hacia adelante, sí. Pero con el recuerdo fresco de
dónde venimos, y por qué estamos como estamos.
El Paseo del Bicentenario fue la celebración más importante
de la historia argentina, eso es así por las seis millones de personas
que presenciaron los espectáculos, por la cantidad de artistas, realizadores,
productores y técnicos. El festejo lo hizo la gente.
La conmemoración fue fruto de una decisión política
no partidaria, sino de pluralidad. Fue una conmemoración federal
y latinoamericana.
Sin dudas, en los festejos se dieron expresiones culturales marginadas en
los medios masivos de comunicación, y en ese sentido fue "un
argentinazo cultural".
Pasa que no se puede tapar un volcán con las manos, que todo lo que
nos identifica culturalmente está vivo y la gente lo desea y lo necesita,
como necesitamos el espejo para saber quiénes somos.
La respuesta de la gente nos dice algo sobre lo cual puede haber muchas
interpretaciones, pero sin dudas fue un rechazo al pesimismo de los que
decían que no había nada que festejar.
Fue un claro mensaje de la población para hoy y para el futuro. La
protagonista de los festejos fue la gente, que se dio cuenta antes que nosotros
de que estaban siendo protagonistas de un hecho histórico.
En el gobierno estamos muy satisfechos porque fuimos parte de uno de los
sucesos más importantes de la historia argentina. No sólo
por la magnitud y la calidad artística del evento sino por el relato
que se puso en juego.
Desde la Secretaría trabajamos en los contenidos políticos
de la celebración. Pusimos en el centro lo que hoy se está
discutiendo que es el modelo de país. Los argentinos del futuro podrán
ver cómo se debatió de modo democrático, popular y
artístico la encrucijada que vivimos en la llegada de nuestros 200
años.
Hablo de encrucijada política y de modelo de país, de modelo
económico, incluso. Hablo de encrucijada respecto de qué país
vamos a ser: si un país meramente agroexportador, sojero, cerealero
sin valor agregado, o si vamos a ser uno que se industrialice, que mantenga
el modelo agroexportador pero complementario y en sintonía con el
modelo del valor agregado industrializador, un país que desarrolle
ciencia, tecnología, autonomía. Esa es la encrucijada de la
que hablo: hay un dilema cultural en torno a eso.
Y si a la cultura se le dio un papel tan destacado en las celebraciones
fue porque es ésta la que une a un pueblo. La cultura compartida
es el bagaje de experiencias vividas y el convencimiento de que lo mucho
que tenemos por delante para construir lo haremos entre todos o no lo hará
nadie. Lo que buscamos con esta agenda de festejos fue precisamente eso.
Juntar los pliegues que delimitan el territorio nacional y reintegrarlo
en una unidad heterogénea, diversa, federal.
Para llevar la discusión a la calle, a las plazas, a la gente. Funcionó
como un disparador para la discusión, para la reflexión colectiva
que nos debemos y tanto necesitamos.
Porque la cultura tiene que recuperar definitivamente su capacidad transformadora.
Y la política, también ella, acercarse y abrazar a la cultura.
La una sin la otra, caminan rengas.
La historia oficial durante décadas mostró como un hecho
de poca trascendencia para el pensamiento nacional la conmemoración
de la Batalla de Obligado. ¿Qué provocó este cambio
de mirada política? ¿Qué otros cambios hubo durante
su gestión?
Tanto la conmemoración de la Vuelta de Obligado, la confección
del salón de los Patriotas Latinoamericanos en la Casa de Gobierno,
el Mapping en el Cabildo del 25 de mayo, como tantos otros acontecimientos
políticos y culturales que hemos producido tienen que ver con una
conciencia histórica de la Presidenta. Este gobierno ha reivindicado
a próceres, intelectuales y artistas que la historia oficial había
ocultado.
Esta concepción histórica es profundamente federal y latinoamericana.
En lo personal entiendo que los que no conocen historia son como personas
que se levantan a la mañana sin saber lo que pasó el último
año.
El desconocimiento del proceso histórico lleva a vivir la coyuntura
como un puro presente. Entonces, la no comparación de la historia,
como la no comparación con otros países hace que creamos que
somos los peores del mundo, los que tenemos más inseguridad, los
que estamos peor. Pero cuando conocemos la historia vemos que hay aciertos
y errores. En materia de errores vamos a ver que hay repeticiones.
La historia es como un GPS. Cuando alguien tiene conocimiento de la historia
en el día a día, en el momento de la coyuntura es muy fácil
extraviarse.
La coyuntura no da señales claras de si vamos bien, si vamos mal,
si estamos mejor, si estamos peor. Este gobierno, y fundamentalmente su
Presidenta tiene un conocimiento cabal de la historia argentina, tanto de
sus fracasos como de sus logros.
Me gustaría hacer un breve apartado sobre la Vuelta de Obligado.
Sin Rosas y sin la Batalla de la Vuelta de Obligado la Argentina estaría
partida en cuatro partes, por lo menos; seríamos como una Centro
América del sur. Lo que quisimos conmemorar en aquel acto fue aquella
heroica defensa de la soberanía nacional.
¿Siente usted que acompaña la ciudad de Buenos Aires este
cambio político y cultural que produjo el gobierno nacional al revalorizar
de la identidad nacional?
Desde ya que no. Macri dijo en una oportunidad que el tango era la soja
de la ciudad, imagínese.
Cuando Macri dice eso, está confesando que adscribe a un modelo sojero
que, de triunfar, sumiría a millones en la miseria. ¡Al menos
podría haber dicho que el tango se parece a El choclo!
La soja es alimento para chanchos de la China.
El tango es otra cosa, el tango es identidad.
En estos últimos años se ha empobrecido la vida cultural de
la Ciudad. Se reinauguró el Colón, pero la vida adentro decayó,
hubo un debilitamiento de todo lo que es el patrimonio humano.
El ballet está en conflicto. Y después hay otras cuestiones,
como esto de impedir que se haga Tecnópolis.
A ver, si a mí dentro de diez años me preguntan qué
cosa importante hice en la gestión, voy a decir haber contribuido
a la Semana de Mayo por el Bicentenario. Lombardi sólo puede
decir haber contribuido a que no se haga el segundo gran evento del
Bicentenario.
Por otro lado, se desatendió por completo a los centros culturales
barriales donde reside el más genuino capital cultural de la ciudad.
Hay que recordar que Buenos Aires es la ciudad más rica de la Argentina
y en estos años ha tenido presupuestos récords.
El Ministro de Cultura de la Ciudad, por ejemplo, tiene más recursos
económicos que el Secretario de Cultura de la Nación.
Creo que este año tenemos la gran oportunidad de poner a la ciudad
de Buenos Aires en línea con el proyecto nacional de justicia social
y democratización de la sociedad.
De qué manera impactan estas nuevas políticas culturales
en el segmento de los más jóvenes? ¿Tienen consecuencias
en su participación política y cultural?
La militancia no es un patrimonio exclusivo del kirchnerismo, y el compromiso
juvenil, tampoco.
Lo que es indudable es que, por la cantidad y la intensidad que despierta,
hay un fenómeno masivo de jóvenes identificado con el kirchnerismo,
que en el resto de las fuerzas políticas no se ve.
La politización de los jóvenes, en una dimensión que
sorprendió a muchos despistados, es otro de los legados extraordinarios
de Néstor, y que Cristina recogió como estandarte distintivo
de su gestión.
Quienes ya lo veníamos viendo desde hace tiempo y también
los que no hemos presenciado un enorme interés de los jóvenes
por la política.
La movilización no es sólo una cuestión de espontaneidad,
sino que requiere organización para que perdure. Recuperar la política
significa hacer política y participar. Involucrarse con el cuerpo.
No alcanza con seguir a alguien por Twitter. Y en ese sentido,
hay que recordar que la movilización, fundamentalmente el día
de la despedida a Néstor en la Casa de Gobierno, tiene como precedente
que existen, desde mucho antes, jóvenes comprometidos políticamente.
No puede haber cambio y transformación, por no decir revolución,
sin jóvenes comprometidos. Esto ha sido siempre así.
El General Sucre, quien ganó la batalla de Ayacucho, tenía
26 años de edad y fue el comandante de la última gran batalla
de la Independencia.
A lo largo de la historia, esto se repite: siempre aparecen los jóvenes
como actores centrales.
Desde el fondo de los tiempos.
Porque los jóvenes están, como dice el poeta, cargados
de futuro.
Porque, en definitiva, están diseñando su propia vida, y no
hay mejor diseño que uno colectivo.
Cada vez que viajamos al interior del país, acompañando algún
programa de la Secretaría de Cultura de la Nación, estamos
en contacto con la gente, intercambiamos opiniones, debatimos, y de pronto,
si hay discusión política, se ocupan todos los asientos.
Esto ocurre desde hace tiempo. Esa misma lógica operó el 17
de octubre de 1945. Por aquel entonces, a muchos observadores les parecía
que las masas trabajadoras brotaban desde abajo de la tierra, espontáneamente.
Pero, en verdad, era un proceso que llevaba dos trabajosos años de
construcción, y hasta diría muchos más, porque no pocos
de aquellos dirigentes obreros llegaban desde otras fuerzas políticas
con espíritu transformador y revolucionario.
Siento que estos jóvenes que fueron a darle la última despedida
a Néstor, y a brindarle todo su cariño y apoyo a Cristina
no sólo se acercaron entusiasmados por las ideas y los proyectos.
Creo que lo que hizo que recuperaran las ganas de participar es una realidad
objetiva, concreta, tangible. Algo se modificó en su vida cotidiana,
en su contexto familiar, en la Argentina en la que viven.
Los jóvenes no se enamoraron de los discursos, sino de los hechos.
Y no dudaron en dar el paso al frente al advertir el poderío de los
enemigos de esos avances.
El día del velatorio, uno experimentaba que los jóvenes, los
jubilados que hacían la cola kilométrica para besar a Cristina,
quienes venían de las provincias se acercaban por vivencia propia.
Nadie les había contado cómo era la cosa. Había, al
encontrarse con otros en la Plaza de Mayo, una relación colectiva,
pero también una vivencia individual, específica. Es decir,
los saludos de agradecimiento eran: Gracias, Néstor, por mi
jubilación, Gracias, Néstor, por hacernos creer
nuevamente en la política.
Cuando nosotros éramos jóvenes, nos movilizábamos por
algo que estaba en el futuro, un sueño difuso, pero que sentíamos
cercano y posible. Los jóvenes de hoy se vuelcan a la participación
también por un futuro, pero con el aval de los ocho años de
transformación y de experiencia política que han visto. Esto
es inédito y es uno de los activos más importantes que tenemos.
El nuevo rol de cultura propone reparar desigualdades en función
de alcanzar objetivos sociales, ¿qué instrumentos utiliza
su Secretaría para intentar consolidar la equidad, solidaridad y
el asociativismo, pilares fundamentales del Tercer Sector?
La cultura por sí misma no puede superar el problema de la exclusión,
debe comprenderse como un factor complementario, y clave, de otras políticas
económicas y sociales.
Pero también es cierto que a veces un peso invertido en Cultura ahorra
tres en Seguridad o dos en Salud.
Esto va a llevar tiempo, pero cuando uno abre un centro cultural en un barrio
humilde se propone complementarse con un dispensario médico, con
una escuela cerca. Quien va al centro médico se atiende su salud
y esto es esencial, pero quien va al centro cultural aprende una cantidad
de cosas que le permiten administrar su salud, su capacidad laboral, su
identidad, su ciudadanía, su lugar en la historia. Eso se logra cuando
hay conciencia, cuando el Estado politiza la cultura no desde los partidos,
sino desde una pertenencia nacional.
Por su doble de carácter de reparadores de derechos y de vehículos
para la transformación social, los subsidios son una herramienta
fundamental de nuestra política cultural, con su capacidad para empoderar
a las organizaciones de base, de redistribuir territorialmente los recursos
y de promover a los pequeños emprendedores culturales.
La política de subsidios, que el último año repartió
casi un millón y medio de pesos, se ha transformado en una política
de estado que ha demostrado sus resultados en el terreno de la cultura.
A partir del análisis de los resultados de las convocatorias de estos
últimos años resolvimos profundizar esta política y
a la vez perfeccionarla en pos de garantizar su perfil democrático
e igualitario.
En ese sentido se lanzaron nuevas líneas de subsidios para promover
revistas culturales, para impulsar la música y la danza, para apoyar
a organizaciones sociales y comunidades indígenas que trabajan en
los ámbitos de mayor exclusión, y para acrecentar los recursos
con destino federal.
La política de subsidios es, en definitiva, una iniciativa central
y concreta alineada a lo que entiende por cultura esta administración.
Hasta hace muy poco una vieja idea elitista asoció a la cultura meramente
a las bellas artes, el espectáculo y el ocio. No se puede, no se
debe adornar la injusticia o embellecerla. Descartamos de plano esa función
inmoral de la cultura. El desafío pasa por dar fundamentos culturales
a la justicia, a un proyecto de transformación y de inclusión
social. A eso llamamos la dialéctica de "culturizar la política"
y "politizar la cultura". Y no hay posibilidad de un proyecto
de país exitoso sin poner a la cultura en la proa de ese proyecto
político.
Es por eso que en lugar de discutir las políticas públicas
entre cuatro paredes, promovemos la participación de los movimientos
sociales, las provincias, y los pequeños actores culturales. Políticas
como estas apuntan hacia un cambio en la hegemonía cultural que,
a veces, es tan o más importante que la económica. Y esta
transformación debe realizarse de abajo hacia arriba. Ese es el modo
genuino, transparente y más democrático de llegada del Estado
hacia quienes son los verdaderos ejecutores de los proyectos culturales.
La cultura emancipa a los hombres, lo sabemos, porque los reafirma en su
identidad. Promoverla desde el Estado es más que una responsabilidad:
es un deber. Y la política de subsidios llevada a cabo desde la Secretaría
de Cultura de la Nación es un dispositivo central en esa tarea.
¿De qué manera la Secretaría impulsa
y sostiene el trabajo artesanal en todo el país?
Hay un programa muy puntual que se llama 'Identidades Productivas'. Es un
programa que se lleva a cabo desde 2005 y se implementa junto con los gobiernos
de las provincias de Chubut, Santa Cruz, San Juan, Formosa, Jujuy, Río
Negro, Chaco, Mendoza, Catamarca y Santiago del Estero. Hoy abarca a más
de 130 municipios, pero seguimos sumando provincias y municipios.
El programa fomenta la creatividad de colectivos sociales integrados por
artesanos, diseñadores, artistas visuales y pequeños productores,
que desean potenciar su proyecto individual en la interrelación con
otros. La formación académica propuesta se basa en el Plan
de capacitación en Diseño para la producción desde
tecnologías, materiales y simbologías locales, de la Universidad
Nacional de Mar del Plata.
Este proceso de articulación se desarrolla en tres etapas. En la
primera, los artesanos generan de manera colectiva una familia de objetos.
Cada Colección Provincial está inspirada en diferentes aspectos
de la identidad local que remiten al origen, paisaje y vida urbana de cada
pueblo. En la segunda instancia, el programa brinda un conjunto de herramientas
para que los participantes se conformen en una organización y desarrollen
la marca de la Colección. En la tercer etapa del programa, se busca
insertar la producción dentro de la dinámica del mercado,
renovando las colecciones año a año.
De este modo, Identidades Productivas potencia el desarrollo de la cultura
local y promueve una nueva configuración del tejido socio productivo,
atendiendo a los particulares escenarios del país. Sus objetivos
son impulsar las economías regionales, fomentar la inclusión
social y laboral, apoyar y fortalecer proyectos productivos, resignificar
la importancia de la diversidad cultural y facilitar el tendido de redes
entre los ciudadanos.
Usted ha planteado que la cultura es el oxígeno de los pueblos,
causa por la cual, no debe estar sujeta a las leyes del mercado ¿Podría
ampliar este concepto?
La cultura se relaciona con la defensa de la nación, porque un
pueblo que no defiende su cultura es un pueblo inmunodeprimido, un pueblo
que no puede enfrentar los desafíos que implica consolidar el desarrollo
y la integración, y continuar en esta senda de recuperación
de su autoconfianza y su orgullo.
Por eso, uno de los símbolos más interesantes que tenemos
que enfatizar en tiempos de nuestro Bicentenario es esa diversidad, ese
pluralismo como marca indeleble de un pueblo capaz de celebrar los distintos
modos de ser argentinos que nos habitan y el entusiasmo que genera ese convivir
en la diferencia.
Los países con voluntad de existir se expresan, en primer término,
a través de su creatividad, del arte. Cuando se trata de industrias
culturales, esta voluntad genera, además, trabajo.
Transcurridos algunos años desde la profunda crisis de 2001, la Argentina
se ha recuperado en casi todas sus variables económicas.
En 2009, se vendieron 90 millones de libros. El PBI per cápita de
nuestra industria editorial es superior al de Francia. Esto demuestra que
el país es un gran consumidor de cultura, pero también un
gran productor.
Lo único que un país no puede importar es su propia cultura.
Un país puede importar heladeras, autos, quizás agua, pero
no su cultura, aunque, a veces, esto ocurre. Jamaica, por ejemplo, a pesar
de su clara identidad cultural, debe comprar su música a sellos extranjeros.
Y aquí también ocurre cuando, para cobrar sus derechos, muchos
autores deben asociarse a entidades de defensa del derecho de autor del
exterior. He aquí los dilemas con que nos enfrentamos, y que debemos
debatir.
No estamos solos, ni aquí ni en el mundo, porque si bien, en lo económico,
las diferencias entre la Argentina y los países de la Unión
Europea son ostensibles, en este caso, debemos reconocer que algunos de
los males que padecemos también los sufren varios países de
Europa. Es decir, no estamos solos en esto de padecer la hegemonía
cultural. En fin, no estamos solos porque el mundo tiene las opiniones divididas
respecto de cómo proteger las industrias culturales y cada cultura.
El concepto de 'excepción cultural', que defendemos, propone exceptuar
a las industrias y la producción cultural de las reglas tradicionales
que la Organización Mundial del Comercio dispone para los bienes
industriales en general. Esta iniciativa se sostiene junto con muchos otros
países, algunos muy fuertes y poderosos, que aún siéndolo,
tienen enormes desventajas en este sector y por eso lo protegen.
La excepción cultural a la que adherimos se basa, precisamente, en
plantear que lo único que un país no puede importar es su
propia cultura.
Puede haber una película sobre Eva Perón o Carlos Gardel hecha
en los Estados Unidos, pero no será nuestra Eva Perón ni nuestro
Carlos Gardel: deseamos tener nuestra propia mirada sobre la historia argentina.
Esto no se vincula únicamente con la existencia de una industria,
sino con un aspecto mucho más profundo: la autoconciencia de la identidad,
que no sólo es esencial para los pueblos y las personas, sino también
para las naciones. Una nación no puede existir sin esa noción
de identidad, sin conciencia del lugar que ocupa en el mundo y de qué
es en el mundo.
Esta es la razón por la que proponemos la enérgica defensa
de nuestra producción cultural a través de la excepción
cultural, de modo que a las películas, a los libros y al arte en
general, no se les apliquen las mismas reglas que a las heladeras, los calefones
y los autos.
Defendemos la excepción cultural porque es clave para que tengamos
cultura, para que afiancemos una industria que, mientras genera valores
espirituales, produzca a la vez miles y miles de puestos de trabajo.
¿Qué estrategia propone su Secretaría para dar
crecimiento a las industrias culturales, protagonistas de la integración
global, preservando la identidad nacional?
Este año estamos concretando un evento inédito para la
Argentina y para el resto de América Latina. Entre el 2 y el 5 de
junio se va a llevar a cabo el Mercado de Industrias Culturales Argentinas
(MICA), en el complejo Tribuna Plaza con entrada libre y gratuita.
En este espacio, los participantes de cada sector podrán presentar
proyectos y productos, generar negocios e intercambiar información
a los principales referentes del mundo.
Durante las cuatro jornadas, se propiciarán más de 4000 mesas
de negocios, donde los emprendedores locales se entrevistarán con
cientos de productores audiovisuales, discográficos, editoriales,
de videojuegos, de artes escénicas y diseñadores de la Argentina
y el mundo.
Además, habrá 100 conferencias a cargo de especialista de
la Argentina y del exterior, charlas, foros de debate y talleres; 20 recitales
de los grupos seleccionados para participar de la Fábrica de Música
y de muestras de música; 10 espectáculos de teatro; y un desfile
de moda con identidad local.
Este evento lo estamos organizando junto a los ministerios de Industria,
de Turismo y de Relaciones Exteriores.
El objetivo del MICA es posicionar el sector de las industrias culturales
argentinas en el mercado mundial. Al mismo tiempo, convoca a las pymes de
las distintas provincias del país a presentar su producción
en este espacio federal.
Por supuesto que el MICA es el hecho más trascendente pero no el
único. Se viene trabajando con cada uno de los sectores.
Además, nuestro país cuenta con institutos como el de Cine
o el de Teatro que funcionan muy bien y le han dado un fuerte impulso a
sus respectivos sectores.
La idea que subyace a todo este trabajo es la de institucionalizar la cultura.
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MAYO
2011-05-28
TECUM NOVO MundusNET Televisión
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